domingo, 30 de diciembre de 2012

Jetazo


La otra noche me encontré saliendo con mis compañeros del secundario, de entre los que puedo contar amigos con los dedos de una mano amputada. Éramos un grupo grande que se dirigía a esa cuna de puvertos infestos de la costanera llamada Jet. Las razones de por qué terminé en ésta salida no vienen al caso, pero como era de esperarse, desde que puse pie en el boliche caminé directamente a la barra y empecé a tomar. Como en Jet te rompen el orto, me pedí los tragos más fuertes con el objetivo de economizar. Mientras corrían los tragos fui espantando a los pocos compañeros que se me acercaban con la idea de saber algo más de mi vida que hace tanto no sabían. Y cuando volteé a la pista y a las mesas que alquilan los infestos de billetera acaudalada por papá, me golpeó la más terrible depresión de vodka. Las vi ahí, bailando música de mierda, meneando el orto, vestidas como gatos, y algo adentro mío me dijo: Nunca más te vas a levantar una mina. Volví al vaso y a la vista clavada en hielo para tragar y suspirar. Las mujeres son verdaderamente una mierda.

Ya eran las cinco de la mañana y todavía seguía sentado en el mismo lugar que estuve sentado desde que llegué. Solo, tomando vodka puro con hielo. Estaba tan borracho que con suerte podía mantenerme de pie. Algunos de mis compañeros se habían ido pero la mayoría seguía forreando en la pista, abrazados, bien huevones, con chamuyos baratos de cagón. No sé si fue porque esa noche en particular cargaba el estigma de la soledad y ya nada podía lastimarme, que me acerqué a una mujer que también estaba sola en la barra. Le dirigí la palabra, y sí, estaba tan borracha como yo, o por lo menos eso pensé. Tengo que admitir que las palabras costaban en salir, que la cagué un par de veces, pero fue mi rusticidad la que me hizo callarme y tirarle la boca. Para mi sorpresa se dejó, y entre unos besos ricos se la tiré de una: “¿Vamos para casa?”. Nuevamente para mí sorpresa aceptó.

Antes de seguir tengo que hacer una pequeña salvedad. A esta chica nunca más la volví a ver ni recuerdo su nombre. Sólo me gustaría aclarar que era una bomba. Por más que no me guste mucho ésta palabra para describir a una mujer, en éste caso es la palabra indicada. Era una bomba como pocas veces levanté en un boliche. Aunque vale decir que únicamente la vi absolutamente borracho, por lo que el fantasma de la piedad y la idealización estaba más presente que nunca.

Salimos de Jet tomados del brazo con el amanecer. Ahí estaba, el puto sol y los putos pajaritos. Traté de enfilar para el auto y me di cuenta que no podía caminar en línea recta. Cuando nos subimos tuve la suficiente decencia de pedirle que se abroche el cinturón. Debo haber manejado a veinte kilómetros por hora. Ya no podía concentrarme en tratar de hacerla reír o hablarle de cualquier cosa. Estaba tan borracho que sólo podía intentar mantener el rumbo del auto sin que nos estrolemos. Fue ahí por Libertador, mientras esperábamos el verde del semáforo, cuando sentí el bullir que se agitaba por la garganta haciéndome largar las cataratas del Niágara que me corrieron por la camisa y el pantalón. “Estás bien”. “Sí. Estoy bien”. Me sequé la boca y puse primera. No sé si fue compasión, un vértigo suicida o simplemente calentura, pero la bomba se quedó.  Llegué al estacionamiento del departamento, y puta madre que hacen la hacen difícil estacionar. No estoy seguro en cuantos movimientos, pero en un despertar talentoso de maniobras automovilísticas lo metí. Abrí la puerta para que entre el aire bendito. Me miré la camisa y el pantalón absolutamente vomitados. La miré a ella que me miraba con preocupación, y una vez más, el bullir en la garganta y los manantiales de vómito que me pegaron el segundo baño purificador. Con algo de cancha puedo asegurar que ni una gota la mojó a ella, todo el vómito para mí. Sentí su mano sobre la nuca que me acariciaba y me preguntaba: “¿Estás bien?”. “Sí. Ya no queda nada”. Salí del auto pálido como un finlandés y tembloroso como las hojas al viento. En la puerta del ascensor estaba el portero. Me recibió cubierto de vómito, de la mano de una bomba. Y el pensamiento que se me venía una y otra vez, “¿cómo puede ser que esta mina siga acá? Yo con esta mina me caso”.

Me senté en el sillón, ya prácticamente sin poder hablar, con la cabeza que me giraba como una calesita. La vi a ella, que también estaba borracha y largué una vez más. El vómito me goteó desde el cuello de la camisa a las zapatillas. Fue ahí cuando con toda la dulzura del mundo, ésta mujer me tomó del brazo con el cariño de una madre y me llevó al cuarto. Me sacó las zapatillas y me acostó en la cama. Al rato volvió con una palangana que apoyó al lado de la cama. Estaba rematado en la cama helicóptero y la piba me empezó a engomar con caricias provocativas. Qué carajo, no podía entender como ésta flaca quería cogerme, así como estaba, hecho un vómito viviente. Y cuando empezó a besarme la boca, prácticamente a violarme en acuerdo, uno más, el último para que se vaya todo. Llené la palangana hasta arriba. Entre los espasmos moribundos, la vi levantarse, agarrar la palangana, vaciarla en el baño y volverla a dejarla junto a la cama. De acá en adelante lo único que me queda son flashes antes del gran apagón. La escucho hablar por teléfono con una amiga que todavía está en Jet. Al rato ella me pide las llaves y su amiga está en mí departamento. Las escucho hablar en el living, su amiga le dice que se tomen un taxi, y esta frase se me queda grabada en piedra: “Yo me quedo”. La amiga se va y estamos una vez más en la cama ella y yo. Yo absolutamente vomitado y ella todavía caliente. Estoy desnudo, ella también. La tengo arriba. Me acuerdo de sus tetas y del esfuerzo, de toda la concentración del mundo puesta en mantenerla aunque sea a media asta para devolverle el favor.

A las pocas horas me despierto y se está vistiendo. Me da un beso y me dice que se va. Yo siento el olor a vómito fermentado. Hay una jarra de agua sobre la mesita de luz. Vuelvo a cerrar los ojos.
Me levanto con la cabeza hecha un infierno. Es de mediodía y siento que toda mi vida dormí poco. Miro la cama desecha. Hay un batallón de forros por todo el cuarto. Me pregunto cómo mierda conseguí tantos forros si con suerte tenía dos en el cajón de la mesita de luz. Camino al baño y los cuentos. Ocho forros más tirados por el piso. Todos abiertos. Con el baño que me gira como una samba me posicionó para tratar de embocarle al inodoro. Acá hay algo raro. Cuando miro para abajo lo veo, el forro todavía puesto, inacabado.


miércoles, 26 de diciembre de 2012

El León Tibetano


Tengo éste amigo al que voy a apodar el León Tibetano debido a un tatuaje que lleva en el brazo. El León practica un chamuyo que no es de mi usual recurrencia, pero que ante una reciente revelación considero válido mencionar. La primera vez que lo vi emplearlo con dominio fue en Mar del Plata unos años atrás. Volvíamos de un parque de agua a la casa donde nos estábamos hospedando para encontrarnos con un asado y la compañía de siete señoritas. Ese mediodía en el parque de agua, nos habíamos fumado un porro frente a la laguna antes de subir al primer tobogán. Y como mi amigo es considerablemente débil a las magias canávicas, después de hacer la cola y subir escaleras a treinta metros de altura para tirarnos en un inflable, en el momento de colocar el botecito sobre el chorro de agua que iba a deslizarnos, el León se pegó tremendo resbalón propiciando las risas que se extendieron por metros y metros de fila. Una vez abajo el dedo índice se le había puesto como una morcilla. Absolutamente quebrado. Para remediar la situación le pusimos un palito de helado y algo de cinta. Así de lesionado llegamos al asado. Como a veces suele pasar en grupos de hombres, la mayoría se sintió intimidado por los siete minones que sorpresivamente aparecieron para acompañarnos en la cena. Se armaron dos mesas, una donde se sentaron los inhibidos y la otra con las mujeres, el León Tibetano y yo. Eran las nueve de la noche y ya estábamos dados vuelta de whiskey, fernet y vino, pero el León me pidió que por favor, sin importar mi estado, le haga la segunda en la charla. Así fue como empezaron las mentiras y los llamados simulados a Dieguito Buonanotte.  Pero lo único que quiero resaltar de ésta cena que seguramente retome en algún otro apartado, es que cuando le preguntaron al León por su dedo lesionado, el León respondió que sufrió el agravio esa misma tarde jugando una tocata en la playa con Pichot. Así, con esa panza de cerveza y muñeca de tenis, no tuvo ningún tipo de pudor en largar el comentario que nunca supe muy bien si entró, pero por ese entonces imaginé que no.

La historia con el León salta en el tiempo un año más adelante. Ahora andaba saliendo con una veterana, que son prácticamente el tipo de mujeres de preferencia del León, o las que más bola le dan. En ese tiempo entre la cena de Mar del Plata y la abogada veterana, el León sufrió de apendicitis. Dicha condición le propició una humilde cicatriz en el abdomen. El León me contó de una noche que llevó a la veterana a un telo y la misma le preguntó por la cicatriz. A lo que el León respondió que era producto de un puntazo, esa me dijo que fue la palabra que usó, que le dieron un puntazo en la popular de River Plate. Una vez más sentí una extraña admiración por el León; a pesar de tener una apariencia lampiña y tiernita de osito cariñoso, se atrevía a jugar esas cartas. Esta anécdota fue la segunda vez que reparé en el uso de las lesiones que hacía el León para crearse una imagen de tipo duro y peligroso. Sin embargo, todavía seguía sin comprender si este tipo de chamuyo le redituaba de alguna forma.

La abogada veterana pasó rápido y el León se metió en una suerte de relación psicodélica con una de las profesoras de la universidad. Relación que no prosperó pero que él define actualmente como una buena amistad y una buena chupada de pija que le consiguió trabajo como ayudante de cátedra. Hace hará cosa de una semana, el León me reveló una infidencia que se remonta a un viernes de póker. Tanto el León como gran parte de la barra de pibes, somos asiduos a las noches de apuesta, cerveza y porro. Vale aclarar que el León Tibetano es de esos tipos que se desesperan y apuran el all in seguido. Así es como no recuerdo ni siquiera una vez donde el León haya terminado la mesa con alguna ganancia. Esa noche particular el León dominaba por primera vez con un margen temible. Doscientos pesos arriba de la banca y el resto en deuda. Al igual que crecía su fortuna, también crecía su prepotencia y confianza. Pero fue una mano en donde el León estaba absolutamente seguro de sus cartas y quedamos por el pozo únicamente él y yo con toda la rivalidad de antaño que acarreamos en las cartas. El León bajó una pierna de ases y comenzó el festejo hasta que el rostro se le desfiguró cuando vio mi full de nueves. Así fue como le sequé ciento ochenta pesos y el León se partió la mano dándole una piña a la puerta de madera mientras iba a buscar la botellita de rivotril.

Volviendo al romance del León Tibetano con la profesora de la facultad y su reciente confesión. El León me confió  el momento exacto en el que se ganó a la profesora cuando los dos éramos alumnos. Esa tarde posterior al viernes de póker, el León cayó a la clase con la mano vendada. Fue en un pasillo de la universidad donde se encontró con Martuflex. Ese es el nombre que he de otorgarle a la profesora psicodélica que se ha convertido en un tesoro de grandes anécdotas. Martuflex lo vio al León, con toda esa carita de tierno, y le preguntó que le había pasado en la mano. A lo que el León respondió: “Me cagué a trompadas. Estaba en el boliche con una amiga y le tocaron el culo”. Pero la cuestión está incompleta. Este uso magistral de la lesión para el chamuyo tiene asidero. Porque la confesión del León fue producto de otra confesión. Una confesión que la propia Martuflex le hizo al León para señalarle el momento en que se decidió a chuparle la pija. Cuando Martuflex escuchó las razones del León y su mano vendada, pensó para sí “A este alumno Tibetano me lo cojo todo”.

Es por esto que quiero concluir diciendo que aquella manipulación que hizo el León con respecto a su dedo quebrado en una tocata con Pichot, dos años atrás, encuentro que tiene su resultado. Y felicito al León por su originalidad y los huevos que impone a la hora de disfrazar las lesiones en mérito de la concha.

sábado, 22 de diciembre de 2012

La Mary Jane



Hoy me crucé por calle Corrientes con una persona que no veía hace mucho tiempo, la Mary Jane. La Mary era la típica gordita con fama de puta del ambiente. Esa que se voltearon tres o cuatro del grupo y que siempre está dispuesta cuando la llamas a las cuatro de la mañana porque se te fueron las ganas de salir o estás completamente dado vuelta.  Si está en el boliche, la Mary se toma un taxi y a los veinte minutos te está tocando el timbre del departamento.

La primera vez que la llamé a la Mary estaba absolutamente fumado. Se apareció maquillada con un vestidito negro escotado, porque las gorditas siempre hacen gala de sus tetas grasosas. Intenté darle un poco de charla pero la diferencia entre mi estado y el de la Mary era abismal. Me limité a pedirle amablemente que haga su gracia. Y así, entre lo puesto que estaba, sentado en el sillón del living, la Mary me desabrochó el pantalón y se arrodilló. Me miró a los ojos desde el piso como para decirme algo que en ese momento presencié como una gran revelación divina: “Mmm, que puta que soy”. Y a comerla.

Otra vez me la crucé a la Mary en Bariloche. Mis amigos y yo estábamos parando cerca de donde se hospedaba la Mary y su clan. Nos juntamos en el play room del hotel a tomar unos tragos porque afuera nevaba y nadie quería salir. Al poco rato una vez más estaba completamente fumado. La Mary volvió a tornárseme apetecible. Ante la sorpresa de mis amigos me acerqué a la Mary y la invité a subir las escaleras al segundo piso donde estaba la mesa de pool. No hace falta aclarar que tras la chupada a secas de la última vez la Mary también estaba sorprendida, pero sonriente. Cuando la Mary se dispuso a darle a la bola blanca para romper el juego, de prepo me la apoyé sabroso. No faltó una risita sutil para que la Mary me diera señales de que había entendido todo. Volvió a arrodillarse, otra vez con su remera escotada, para mirarme desde el piso como si una vez más fuera a recitar una profecía celestial: “¿Querés una turquita?”.

Con estos dos recuerdos presentes me crucé a la Mary hoy en calle Corrientes. Estaba igual de gordita, igual de escotada y con la misma cara de puta. En lo único que podía pensar era ¿Por qué mierda no tengo un porro encima?

viernes, 21 de diciembre de 2012

Mi amigo el Tano


Tengo éste amigo. Un amigo de la infancia que a pesar de ver poco sigo considerando un gran amigo. Quizás sea mayor mi cariño al que él pueda llegar a tenerme. Pero me tomo este espacio para contar un problema de mi amigo en el que no puedo interferir. Este muchacho de aspiraciones estéticas italianas y de un físico corpulento que quiere disfrazar de gimnasio, lleva noviando ocho años con la misma mujer. Ocho años cuyo inicio coincide con la finalización del ciclo educativo secundario. Quizás mi primer asombro resulte de que éste tipo se puso a noviar en su mejor momento. Mi amigo puede llegar a ser un poco pelotudo, pero cuando emprendió esta aventura amorosa recibía cierta admiración por las minas que levantaba y la soltura con que se disponía a encarar. Admiración que con el poco tiempo desapareció al igual que la disposición y la soltura para el encare. Si tengo que hacer una apreciación de esta primera circunstancia, me aventuro a imaginar que mi amigo es de esos que cayeron en las garras idealistas y cómodas de la primera novia. Esto sumado al hecho de ser medio pelotudo puede tener consecuencias atroces.

En fin, hace catorce años que lo conozco y hace ocho que está de novio. Ocho años en los que nunca presentó a la novia. Ni grupal ni individualmente. Después de meses de discusiones existenciales dentro del grupo llegamos a dos conclusiones posibles. No presenta a la novia porque tiene miedo que lo prendamos fuego como solemos hacer con la novia de cualquiera del grupo una vez que empieza a correr la cerveza. No presenta a la novia porque tiene miedo que alguno se la serruche. La primera tiene su asidero y es aceptada y reconocida abiertamente por el grupo. Pero mi amigo debe entender que prenderlo fuego es parte de un ritual milenario que su novia debe pasar para ser aceptada. Imaginamos que probablemente no pase la prueba. La segunda razón nada tiene que ver con nosotros, únicamente con la paranoia y la inseguridad de mi pobre amigo.

Así, todas las informaciones que fuimos recopilando de su relación parten de comentarios esporádicos al pasar donde mi amigo pisa el palito y algo se le escapa, y principalmente de su familia. De su madre y su hermano que acuden a nosotros cuando este ser femenino, vividor y trepador simplemente se vuelve demasiado. Como me resulta doloroso rememorar todas estas infidencias voy a limitarme a contar algunas de las más desgarradoras circunstancias por las que atraviesa y ha atravesado mi amigo. El Tano fuma como un escuerzo, pero no fuma únicamente por vicio. El Tano es uno de esos tipos que le encanta fumar, que con sólo una pitada uno puede notar el placer que le propicia el cigarrillo. A lo largo de esos ocho años de prisión femenina, el Tano montó y continúa montando una fachada de pulmones sanos frente a su novia. Y prefiero no adentrarme en la humillación que sentí en el Tano las veces que ante nuestras inquisiciones inventó historias de caño con la bruja. Humillaciones que se prolongaron cuando nos enteramos de una disputa de orden Capuleto-Montesco. La novia de mi amigo siempre fue descripta exteriormente como la clásica rasca. No laburar más que para hacerle una manuela solidaria al Tano cuando necesita algo. Los rumores corrieron que el padre de la novia le cortó los víveres con el objetivo de que empiece a trabajar. Y como el Tano tiene debilidad por esta concha en particular, le empezó a pasar guita de su sueldo para que ella pueda mantener su status quo de Listorti, Dumas y Rial a la tarde.  Sueldo que proviene de la familia del Tano, ya que el Tano labura para su padre con todas las comodidades y caprichos que implica. Otra, la muy puta además es vegetariana y cuando frecuenta la casa del Tano y su familia hay que prepararle comidita especial que ni siquiera tiene el decoro de agradecer.

El Tano es experto en pasar tarjeta. Sabemos que a pesar de que la relación entre su novia y nosotros es una relación puramente fantasmagórica, le tiene prohibido o reducido el vernos. Los días en que al Tano le crecen un par de huevos y nos reuníamos igual, la tarjeta se pasa cada media hora y el celular siempre prendido. Hay uno sólo del grupo que conoció a la novia. El Tano y mi amigo acordaron un viajo de mes y medio por Europa. Mes y medio de pirateada por Grecia, Italia, España y toda la gilada turística de los que ven a Europa con resentimiento tercermundista. El Tano volvió con mentiras de yanquis que se había volteado sin forro y un orgullo etílico descomunal. El día que pisó Ezeiza, el día que pisó suelo argentino, la novia lo esperaba en el aeropuerto. Y para sorpresa de la barra y de su novia, el Tano nunca le había comentado que el viaje lo hacía con su mejor amigo. Según el Tano se iba a casa de sus primos italianos a visitar la familia y hacer negocios para importar cuero y Ray Bans.  Los problemas que este encuentro sorpresa le ocasionaron a su relación no son de mi importancia, pero la omisión del Tano fue sentida como un gran acto de cobardía y traición que le propició mucho dolor a mí otro amigo.

Con esta suerte de contexto reducidísimo de los sufrimientos del Tano, me falta tan sólo un acontecimiento que explicar antes de llegar al evento que despertó estas ansías de confesiones públicas con respecto al Tano. Hará cosa de dos años la tensión entre la novia y la barra de los pibes alcanzó un punto de inflexión sin retorno. La hinchada pedía el corte y le metía una presión insostenible al pobre Tano. Fue por eso que en el mes de febrero llegó a un acuerdo con la novia. Le pidió un mes de separación para después ver como estaba la cosa. Esta mariconeada está íntimamente relacionada con el Ser Pirata del Tano. Porque así de pelotudo como puede parecer el Tano, es un auténtico Pirata, uno de los buenos. Y fueron la comodidad y la tristeza de su relación la que lo llevaron a engañarla únicamente con putas.  Cuando la presión y humillación de esta muchacha se volvía demasiado grande, el Tano ponía el auto y de putas nomás. Actividad putañera que solamente le gustaba frecuentar al Tano. Fue en ese mes de separación donde el Tano quiso redescubrir si todavía lo tenía, si esa admiración que muchos le prodigamos durante la adolescencia todavía estaba ahí.  Esa presión sin sentido fue del todo más humillante. En ese mes vi al Tano con una frecuencia que nunca antes había visto. Jueves, viernes y sábados de joda, quizás algún miércoles también. Pero entre los vómitos y la bebida blanca el Tano no podía ponerla, ni siquiera un beso. Con un beso hubiese bastado para romper el maleficio. No hace falta aclarar que cumplido el mes el Tano se arrastró de vuelta a la cucha de la novia para seguir frecuentando las prostitutas que lo hacían sentir vivo. Desde ese momento supe que lo había perdido. Lentamente el Tano se fue separando hasta casi desaparecer. Acá radica la terrible culpa que siento frente al Tano. Si tan sólo lo hubiese ayudado un poco más a ponerla sin pagar en ese mes de ensueño, quizás las cosas hubiesen sido distintas.

De esta forma paso a relatar la última noticia que tuve del Tano esta misma noche. Como es común en la barra de los pibes, siempre intentamos incluir a los hermanos menores en el grupo. A veces sale, otras no. El hermano menor del Tano se convirtió en un miembro respetado y querido. Esta noche, que hacían seis meses que no veía al Tano, tomábamos cerveza y whiskey con algunos más en una mesa al aire libre, cuando me vibra el celular. Un mensaje del hermano del Tano que me pedía que lo llame urgente. Me alejé con excusas de ir al baño. El hermano del Tano me dijo que el Tano se había “olvidado el celular” –seguramente una excusa culposa para no tener que pasar tarjeta después de tantos meses desaparecido–. El hermano del Tano, tan preocupado por el Tano como nosotros, se lo había revisado minuciosamente y me hablaba de unas fotos que se le tornaban inexplicables, que por favor hagamos algo, que esté atento que me las enviaba al celular ahora mismo. Volví a sentarme y levantar el vaso de cerveza para sentir la vibración del celular una vez más. Ahí estaban las fotos. El Tano junto a su novia. El rostro del Tano maquillado como una muñeca, con los labios pintados, con sombra celeste bajo los ojos, con delineador, base y color en las mejillas. Y esa sonrisa, esa sonrisa terriblemente de puto que impostaba para la foto. Se me cayó toda la culpa cristiana sobre la espalda. Todo lo que le pasa al Tano es nuestra culpa. Le mandé la foto al resto de los pibes que estaban en la mesa. Con una mirada bastó para que todos entendiéramos. Iba a encarar al Tano y tirarle la posta, confrontarlo como nunca antes lo había hecho con esa foto de testigo y la aprobación de mis compañeros. Pero el Tano pidió la palabra. Tenía algo importante que decirnos. “Me mudo con mi novia” nos dijo. El viejo estaba terminando de construir una torre de departamentos y le regalaba uno para que se largue con la novia. Se lo quería sacar de encima, al Tano que iba a dilapidar la empresa una vez que el viejo no estuviera, y a la maleducada y vividora de la novia. Nos miramos entre los amigos que bajaron la vista. Miré la foto en el celular. Le di a eliminar y tomé un trago de cerveza en el más doloroso silencio.

El Final


Hoy al mediodía rendí uno de los últimos finales de mi carrera. En sí no era un final muy complejo. La entrega y defensa oral de un trabajo de índole creativa. Lo único que me generaba algún tipo de nerviosismo era que los dos profesores que componían la mesa de final son cracks argentinos e internacionales en su materia. Dos tipos que regularmente salen en las noticias y cuyas opiniones son valoradas en varios países. El trabajo estaba bien y rápidamente el final pasó a convertirse en una charla de café. Como usualmente todo en la vida de un hombre de alguna u otra forma se relaciona con las mujeres, mi entrega también lo hacía. Y como las mujeres son un tema que nunca puede tratarse muy enserio, la conversación comenzó a correr los límites de un panorama académico a confesiones más personales. Yo estaba entusiasmado por poder tener este tipo de charla con dos profesores que admiro y que me llevan tantos años de diferencia, pero que a su vez cuando hablando de mujeres nunca se crece demasiado. Así fue como entre comentarios y algunas risas por lo bajo desbarranqué como suele pasarme cuando un tema me entusiasma demasiado. En este marco académicamente difuso, pero correcto y respetuoso, les dije lo siguiente: “Claro… vieron lo que se dice sobre los Rottweilers… al lado de las mujeres los Rottweilers son mansitos y cariñosos… Las mujeres son flores de hijas de puta…”. Y ahí se generó uno de esos silencios donde siempre es mejor esperar. No sé si fue mi trasgresión a la seriedad de la conducta académica que los venía aburriendo desde temprano, o simplemente necesitaban escuchar esas palabras en boca de un alumno insignificante  para saber que no todo estaba perdido. Pero las risas me devolvieron un diez en la libreta.

viernes, 14 de diciembre de 2012

El 4 y las gordas lindas


Hace relativamente poco tuve una conversación con amigos y no tan amigos, que vale la pena mencionar. Esta conversación que al poco tiempo se convirtió en discusión tiene que ver con si las gordas lindas merecen el aprobado. Mi opinión es la siguiente. Primero hay que discriminar entre mucha confusión de vocabulario. Antes de la gorda viene la gordita y después de la gorda, la obesa. La obesa es directamente incalificable así que la retiramos del análisis. El segundo problema es la palabra linda. Gorda linda es un término bastante contradictorio en sí, porque originariamente (sacando el morbo) gorda linda nos remite a aquella persona gorda que sería linda si fuera flaca. Hay algo de pena en ese pensamiento. En fin, en el caso de las gorditas lindas, considero honestamente, teniendo en cuenta las noches de cerveza y calentura son partes inherentes a la vida de un hombre, pueden llegar a un 4,50 y excepcionalmente un 4,75. Son muchos factores los que deben estimarse, pero creo que ese es un rango honesto y justo. Jamás un 5. El problema se presenta con las gordas lindas entonces. Son pocas las gordas lindas ante las que me vi en la duda de sí podía darles el 4. Después de meditarlo llegué a esta conclusión. Hay que tener en cuenta dos factores esenciales. En primer lugar, hacer una apuesta y asumir un riesgo, es valorable. Las gordas lindas tienden más a intentar adelgazar, más que las gorditas lindas que son bastante conformistas. Te volteaste una gorda linda y en unos meses termina haciéndose terrible yegua. Pasa. Les afecta psicológicamente. Muchos minones que vemos todos los días son gordas lindas adelgazadas. Eso creo que es un punto bastante fuerte para darles el 4, pero finalmente todo se resume en la higiene. Si es una gorda linda con excelente higiene y rica concha, todo bien.  En ese caso creo que el 4 es otorgable a la gorda linda.